Yo presto todos mis libros. Sin problema. Será porque no tengo -ni me interesa tener- algún ejemplar lujoso, algún incunable. Prefiero comprar libros usados, o ejemplares de saldos. Y no por tacañería, sino porque creo que un libro usado, un libro viejo, tiene más para decir. Tiene historia, aparte de la historia que contiene. Una historia adosada. La de las manos que tocaron sus hojas. La de las lágrimas que tal vez lo mojaron, ahora absorbidas por el entramado del papel, prisioneras para siempre. La del señalador abandonado, o la del boleto de colectivo que se usó como tal en algún viaje interminable (cuando había boletos en el transporte público). La del envoltorio de golosina, o de la flor disecada, que aún espera en vano salir de su prensa de letras para adornar alguna carta de amor. Y también están a veces las anotaciones al margen, en lápiz: fechas, recordatorios, números de teléfono, citas... Todas señales de una historia entre libro y lector. Me gusta coleccionar esas historias que apenas pueden vislumbrarse.
Una historia de ésas: a mis veinte años, en mi primer trabajo, un amigo me prestó un libro de su hermano, muy apreciado por éste. Se trataba del ensayo en inglés sobre Los Caprichos de Goya, de Editorial Dover, con comentarios de Philip Hofer, un volumen de muy buena edición, con los 80 dibujos del genial pintor, y -al parecer, pues no soy un gran lector en inglés- un sesudo estudio de la obra.
El libro se me perdió. Estuve dos semanas buscándolo por toda la casa, sin resultado. Y había llegado a creer que lo había extraviado en el colectivo. Pasó un mes y mi compañero de trabajo me preguntó qué me había parecido, y me pidió, que, si lo había terminado de leer, se lo devolviera, pues su hermano lo necesitaba. Casi se me paró el corazón. No recuerdo qué excusa usé, pero la cuestión es que zafé.
Después de un tiempo, de manera completamente insólita, apareció en la biblioteca de mi casa de la infancia. ¿Cómo? No lo sé, aún hoy. Cuando lo devolví a mi amigo, como respuesta a su pregunta "¿Qué te pareció?" dije toda la verdad: que lo había perdido, que no supe qué hacer mientras tanto, y que, finalmente apareció de manera inesperada.
Lo más irreal fue su reacción. No se enojó. Sólo se río, y dijo:
-No te preocupes, este libro siempre hace lo mismo. Es un libro andariego. A mi hermano se le pierde cada dos por tres y vuelve siempre.
Juro que no estoy haciendo ficción al escribir esto. Así fueron las cosas. Misterio para los Ghosts Hunters de SyFy. O se trata de uno de los libros viajeros del tiempo de "Fábulas invernales", de Carlos Gardini.
La verdad es que, si poseyera ese libro, no se lo prestaría a nadie. Más bien lo sujetaría a la biblioteca.
Después de un tiempo, de manera completamente insólita, apareció en la biblioteca de mi casa de la infancia. ¿Cómo? No lo sé, aún hoy. Cuando lo devolví a mi amigo, como respuesta a su pregunta "¿Qué te pareció?" dije toda la verdad: que lo había perdido, que no supe qué hacer mientras tanto, y que, finalmente apareció de manera inesperada.
Lo más irreal fue su reacción. No se enojó. Sólo se río, y dijo:
-No te preocupes, este libro siempre hace lo mismo. Es un libro andariego. A mi hermano se le pierde cada dos por tres y vuelve siempre.
Juro que no estoy haciendo ficción al escribir esto. Así fueron las cosas. Misterio para los Ghosts Hunters de SyFy. O se trata de uno de los libros viajeros del tiempo de "Fábulas invernales", de Carlos Gardini.
La verdad es que, si poseyera ese libro, no se lo prestaría a nadie. Más bien lo sujetaría a la biblioteca.