Para mí, el libro ideal para leer en forna fragmentaria es la Biblia. Entiendo que muchos no compartan este gusto mío, lo cual es comprensible. Pero lo interesante de leer la Biblia (y sospecho que es lo mismo para cualquiera de los textos sagrados), es practicar eiségesis y no exégesis, (que es el método que -según se dicey enseña- debe utilizarse para desentrañar los pasajes.) Ambos conceptos se contraponen, claro. Definamos rápidamente en qué consiste cada uno, así todos sabemos de qué hablamos: la exégesis es el proceso mediante el cual un exégeta extrae el significado de un texto dado. Se supone que la exégesis pondera, por sobre todas las cosas, la objetividad. Por otro lado, la eiségesis propone una visión subjetiva: literalmente, eiségesis significa "insertar interpretaciones personales en un texto dado", lo cual habla de una supremacía de lo subjetivo.
Desde luego, la mayoría diría que un texto sagrado no debería estar sujeto a interpretaciones subjetivas. Yo opino lo contrario. Las interpretaciones objetivas son determinadas, en la mayoría de los casos, por las instituciones religiosas -de cualquier índole-, y esas interpretaciones terminan siendo directrices que buscan controlar y mantener el status quo. Lutero, cuando inicia la búsqueda espiritual que lo llevará a iniciar el proceso que desatará el Cisma, descubre que la Biblia es infinitamente más rica y eficaz cuando se la mira a través de la subjetividad del individuo.
Cuando uno se acerca a un texto pretendiendo ayuda espiritual, no debe hacer a un lado su estado anímico, sus dudas -que, lejos de ser enemigas de la fe, son excelentes catalizadores de ella-, su realidad, su cosmovisión. Por el contrario, un texto sagrado tiene la capacidad de reflejar -por una necesidad de identificación simbólica, de reflotar esos íconos arquetípicos y polisémicos que bullen dentro de nosotros desde que nacemos, y que traemos por herencia-, lo que nos pasa. Entiendo la eiségesis como ver lo que me sucede, lo que me pasa, y buscar qué tiene el texto sagrado para decirme al respecto. Si mi fe no habla de mi realidad, no me da respuestas o explicaciones, si no me brinda momentos de revelación -momentos de insight, diría un freudiano-, ¿para qué me sirve?
Particularmente, me gusta contrastar distintas versiones y traducciones. (No me agrada mucho la Reina Valera, revisión 1960, que, en algunos aspectos, es muy maníquea: su traducción contiene errores que responden a las directrices que mencionaba antes, emanadas de los malditos concilios y las terribles bulas y dietas. Una muy recomendable es la Nueva Versíón Internacional, más moderna. Y una antigua, que es bastante fiel a los manuscritos originales, es La Biblia de Jerusalén.)
Un libro que recomiendo para entender con mayor claridad la necesidad de la eiségesis es "El libro de Enoch y otros evangelios apócrifos", de Daniel Jazar. Una interesante obra que recopila y exlica el surgimiento de muchos de los libros que quedaron fuera del canon. Justamente lo que llama la atención es que, en su inmensa mayoría, estos textos fueron tildados como "apócrifos" porque se escribieron por la necesidad de nueva revelación, en aras de la escasa o nula identificación del pueblo con la interpretación oficial que las instituciones hacían del Pentateuco, las cuales eran funcionales al poder de turno (como hoy sigue sucediendo.)
Para cerrar, doy un ejemplo de cómo me gusta leer la Biblia, e interpretarla:
Proverbios 22:15 dice: "La necedad está ligada en el corazón del muchacho; más la vara de la corrección la alejará de él." ¿Cuántas veces se han usado las múltiples referencias que la Biblia hace de la vara para justificar el castigo físico? Una reverenda idiotez, ya que la vara, en todas y cada una de las veces que es mencionada, alude a la figura del tutor de las vides u otras plantas, el palo que era atado a sus troncos para impedir que crecieran torcidas. La sabiduría para vivir es como un tutor que uno debe dejarse colocar para no torcer el camino y así no perder tiempo.
No es lo mismo, ¿no?
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