En esta bitácora personal, un poco de todo aquello que me define. Impresiones, expresiones, descompresiones. CF, fantasía, terror. Música. Vida. Y otras yerbas...

martes, 8 de septiembre de 2009

El cumpleaños de Axxon y un grato recuerdo


Axxon cumple 20 años y lo festeja con un super especial número 200 que promete ser de re-chupete. Así lo asupician el editorial de Eduardo Carletti, las Ficciones Breves ganadoras de la Convocatoria que en su momento había hecho la revista (primeros premios y finalistas); "La canción de Maguerra", novela de Alejandro Alonso; y las Cartas axxonicas, que en este antólogico número, lógicamente, destilan una honda emoción y conjuran una multitud de recuerdos muy atesorados, de puño y letra de cada uno de los axxonitas que los protagonizaron.

Bastan las lecturas del editorial y de este especial Correo de Lectores para descubrir cuánta historia hay detrás de veinte años, cuántos sueños concretados, cuántas metas aún pendientes, y cuánta fidelidad y amistad, que fueron los cimientos firmes sobre los cuales prosperó el trabajo.

Yo también envié mi humilde misiva. Y allí expreso cuánto significa Axxon para mí, y cómo fue que la descubrí. Menciono que lo maravilloso de ese tiempo se debió a una sumatoria de experiencias iniciáticas, ya que, junto con la revista, también conocí la Fundación Ciudad de Arena donde Eduardo Carletti y Alejandro Alonso dictaban el taller "Construcción de Universos". Allí comencé a aprender cómo escribir, a entrenarme para poder trasladar mis ideas de la cabeza o el alma al papel.

Al mismo tiempo que la actualización de Axxon (y curiosamente), Alejandro Alonso escribió un artículo, "El semillero de la CF argentina", en su columna en Literatura Prospectiva, que versa sobre la labor y los frutos de los talleres literarios, tanto presenciales como virtuales, entrevistando a cuatro escritores argentinos muy, pero muy buenos: Laura Nuñez, Germán Amatto, Ric Giorno y Hernán Dominguez Nimo, de los cuales, los últimos dos son amigos. La nota está ilustrada con algunas fotos. Y entre ellas se halla esta imagen que me trae hermosos recuerdos:

Aquí estamos en el taller "Construcción de Universos", edición 2005. Eduardo está parado en el fondo. En el extremo derecho de la foto se encuentran Hernán Dominguez Nimo y Marcelo Eugenio Shulman. Yo luzco una camisa rosa que ya pasó a mejor vida. (Me perdonarán, pero no recuerdo los nombres de los otros dos talleristas visibles...)

Fueron dos meses en los cuales, semanalmente, nos reuníamos a escuchar los conceptos de Edu y Ale respecto del arte de elaborar universos literarios verosímiles. De esa forma me enteré que el personaje es la fracción consciente del universo que estamos construyendo; que ambas partes, la consciente y la inconsciente, deben oponerse de alguna forma en el transcurso de la trama; que es necesario hacer fichas de los personajes, lo más completas posible (aunque el lector no llegue a leer todos esos datos, de alguna forma percibirá que es un "ser entero"); que el universo literario debe ser consistente y coherente, y que para ello se deben ensamblar con precisión las leyes reales y las inventadas por el escritor; que es imprescindible reescribir, una y otra vez, hasta que sintamos que el relato está acabado... Y un sinfín de consejos más.

De ese taller salió Reunión de consorcio, que ganó una mención en el Premio Andrómeda 2005, un relato que me enorgullece. Me pareció una buena idea mostrar el primer bosquejo del cuento (el texto que sigue debajo), sólo para ilustrar cuán importante es el trabajo del taller, pues verán que la narración original es muy distinta a su versión acabada, la cual es el producto de muchas, pero muchas reescrituras. Si se toman el trabajo de comparar, podrán darse una idea de lo que les digo.

Así que tallereen, que es lo mejor para aprender a escribir. Slds!!!

Reunión de consorcio

Dudé antes de cruzar el umbral de la puerta del ascensor. Me cercioré que no hubiera nadie en el palier. Una vez dentro, me vi reflejada infinitas veces en los espejos encontrados. La luz era lechosa, irradiada desde todas partes a la vez. Me pregunté una vez más que pasaría al oprimir el -1. El subsuelo. Era una posibilidad. Sencillamente había decidido ir al subsuelo porque todos aseguraban que el edificio no tenía subsuelo. Por alguna razón, la botonera del ascensor incluía el botón –1. Y por alguna otra razón, más extraña aún, en el edificio nadie parecía estar enterado de esa incongruencia. Ninguno de los viejos bulliciosos y medio sordos que vivían en los seis pisos nunca me había hecho algún comentario acerca del –1; salvo cuando le había preguntado a Gómez, mi vecino del 6°A, un viejo sesentón, engominado y mujeriego.

-¡No, pimpollo, no hay subsuelo en este edificio! ¡Je, je, je…! Lo que pasa es que pusieron la botonera de otro ascensor cuando colocaron este- Pimpollo. Viejo baboso…

No había subsuelo en el edificio. Bien. Por lo tanto no debía suceder absolutamente nada si pulsaba el –1. Apreté el botón.

El display de números rojos empezó a titilar. 5… 4… 3… Debía detenerse en la planta baja, pensé… 2… 1… Pero los números seguían trepando por el display… 0… y entonces hubo una trepidación muy leve… –1. Por fin. Noté que el corazón se me aceleraba.

Me miré en los espejos. La transpiración me chorreaba por la cara. Hacía mucho calor, un calor asfixiante. Antes de que se abrieran las puertas pasó una eternidad, luego hubo un leve siseo, y...

…Oscuridad y calor. Una amalgama intensa y dulzona de olores: sudor, humo, excrementos y orina. Unas lenguas de luz fluctuante se movieron, mostrándome el techo irregular de una cueva. Entonces escuché las voces. Era un idioma desconocido, hablado a gritos, y el volumen de las voces iba aumentado. Una llama se acercó rápidamente flotando en el aire. Resultó ser una tea que parecía venir cabalgando sobre el brazo de un hombre barbudo, semidesnudo, de quijada prominente, que corría apenas erguido, seguido por dos o tres mujeres sombrías, demasiado peludas, y con grandes senos colgantes, última impresión esta que se acentuaba por la posición encorvada. Todos los gritos iban dirigidos a mí, y aunque ininteligibles, sonaban muy amenazadores.

Apreté el botón de cierre, y antes que las puertas se cerraran por completo, pude ver a la luz trémula de la antorcha unos dibujos primitivos sobre las paredes de la cueva que lindaban con el ascensor. Figuras de cuadrúpedos perseguidas por bípedos armados con lanzas, o algo por el estilo. Los violentos golpes sobre la chapa de la puerta acerada me recordaron que debía salir de allí. Pulsé el 6.

Cuando el ascensor se detuvo, exhalé la respiración contenida. Los espejos me mostraban agitada.

Salí del ascensor y verifiqué que las puertas estaban abolladas. O sea que los golpes habían sido reales, al igual que los puños que las habían golpeado y los poseedores de esos puños; que suponía, tenían que ser los seres cavernícolas que había visto en esa cueva.

Ahora no tenía dudas. Sólo tenía que conocer el impacto.

Al día siguiente nadie hizo ningún comentario acerca las abolladuras en las puertas, lo que hizo que esperara un poco más.

Por eso me sentí aliviada cuando ese mismo día me citaron para participar de una reunión de consorcio. Llegado el momento, obviamente no tuve que relatar lo sucedido, porque todos los ancianos del edificio ya sabían que había bajado al subsuelo.

-Bueno, Miller, ahora usted comparte nuestro secreto más celosamente guardado- me dijo Enriqueta Kacheburskyj, la vieja polaca del 4°C, presidenta del consorcio. Tenía unos ojos de un verde lavado donde podía verse como asomaba la telaraña de unas cataratas incipientes. Debajo del pelo pajizo que en otro tiempo debía haber sido rubio, se extendía una maraña de arrugas mayoritariamente verticales. Supongo que es el resultado de un rostro curtido por la amargura. De brazos cruzados, y con señales visibles de profundo descontento por tener que develar un misterio arcaico, la vieja me miró fijamente por sobre los anteojos gruesos con marco de carey y siguió hablando- Usted pudo comprar el departamento 6°B gracias al señor Gómez, quien logró convencernos para que aceptáramos venderle el tres ambientes que había quedado disponible.

Más le valía que los convenciera después de tanto sacrificio. Desgraciado.

-Usted es la primera persona en muchos años que compra un departamento en este edificio. Tengo entendido que Gómez le informó detalladamente cuales son las reglas de este consorcio. Pero usted no podía quedarse quieta. Tenía que ir al subsuelo.

La polaca miró de reojo al viejo, quien, en contraste con ella, estaba arrugado horizontalmente, la frente como una persiana americana, seguramente de tanto reír, puesto que el viejo no podía decir dos palabras sin barbotar por el costado de la boca manchada su “je, je” irritante. De alguna manera, había un reproche insinuado para Gómez, puesto que yo era su protegida frente a los demás. A pesar de los recaudos que tomaba, todos sabían que era un pervertido. ¡Viejo asqueroso! A medida que iba confirmando mis sospechas, más ganas de liquidarlo me venían.

-Je, je, je… Miller, le dije que no había subsuelo en este edificio…

-Ahora debemos hacerla partícipe de este juego- continuó la vieja mientras se alisaba la pollera marrón y se acomodaba el pulóver escote en “v” color verde, bajo el cual asomaba una camisa abotonada hasta el cuello que había sido blanca, y que ahora amarilleaba por añeja- Dígame ¿por qué fue al subsuelo?

Todos los ancianos clavaron sus ojos cansados en mí. Me sentía como si estuviera rindiendo cuentas frente a mis treinta abuelos malhumorados por una travesura de nieta consentida. Me sonrojé.

-Sólo por curiosidad, señora…

-¿Sería usted tan amable de contarnos lo que vio?

-Pues… realmente no estoy segura de lo que vi…- Fingí que dudaba porque siempre es recomendable obtener más confirmaciones antes de actuar. Y porque quería indagar un poco más.

-Sólo cuéntenos. Sin temor.

-Bueno, tras las puertas del ascensor creo haber visto una cueva prehistórica…- dije, titubeando.

-Entonces el loop ha comenzado nuevamente- le dijo a la polaca un viejo de cuerpo menudo y enjuto, que ocultaba la calvicie bajo una boina grasienta y hablaba con acento inglés. Se llamaba O’Reilly.

Loop… Bingo. Pero quería averiguar un poco más.

Kacheburskyj ignoró al inglés, y me siguió interrogando.

-¿Pero vio alguna persona, MIller?- La voz de la vieja denotaba impaciencia.

-Pues… Sí, si. Al menos parecían personas. Un hombre con una antorcha y unas dos o tres mujeres. En realidad, su apariencia era la de hombres prehistóricos. Supongo que así se habrían visto los neandertales. Eran peludos, estaban casi desnudos, y hablaban (o mejor dicho, gritaban) un idioma gutural.

-¡Mujeres primitivas! ¡Eso si sería algo nuevo! Je, je, je…

-¡Basta, Gómez! Te recuerdo que tú insististe en meter a la joven en el edificio. Y espero que no intentes hacer lo que estás pensando con ese cerebro asqueroso. Miller, ¿no salió usted del ascensor?

-¡No! No tuve el valor…

-Entonces usted no trajo nada de ese sitio, ¿no?

-No.

-Bien- El alivio se pintó en la cara fruncida de la vieja polaca- ¿Podría alguien explicar a la jovencita de que se trata todo esto? Gracias.

Ahora venía lo bueno.

Todos esperaron en silencio, reticentes, hasta que bajo la mirada instigadora de Kacheburskyj, O’Reilly respondió a la pregunta:

-Ese ascensor es una especie de máquina del tiempo. Para ser exactos, se trata de un loop en el continuo espaciotemporal… Un ciclo que se repite infinitamente…

Y me soltaron una explicación aburridísima…

Que el dispositivo sustentaba un campo en el cual se había encapsulado un segmento comprimido del continuo espaciotemporal. Que ese segmento se reproducía una y otra vez, y que podíamos verlo como una película que se pasaba infinitas veces, sólo que ese flujo cronológico alterno discurría más velozmente que el tiempo normal. Que el segmento del continuo espaciotemporal que se repetía en el ascensor estaba comprendido entre algún día perdido en la prehistoria y el hoy. Que el loop se iba acrecentando día a día y cada vez se demoraba un poco más en completar el ciclo…

-Es como si la longitud de la cinta de esta película que se proyecta sin cesar fuera aumentando, entonces cada vez la película es más larga y hay más imágenes para mostrar- dijo en un momento el viejo llamado Cristóbal, del 3°C, mientras mordisqueaba su pipa. Buena analogía la de la película cuya duración aumenta.

Y me siguieron explicando que, sencillamente, había que saber con precisión en que momento apretar el -1, para caer en el “cuando” buscado. Un error de segundos podía costar años enteros. En cuanto al “donde”, se utilizaba también la botonera para ingresar las coordenadas del lugar al que se quiere arribar, pero con códigos más complejos… En fin, me sentía una estúpida al fingir asombro. Recuerdo que el escocés se acomodaba continuamente la boina y Cristóbal mordía ansiosamente su pipa mientras disertaban. Por último habló la vieja polaca.

-Creemos que se trata de un artefacto que ha sido olvidado en el pasado de alguna civilización muy avanzada (que, suponemos, es nuestro presente) por alguna causa que no conocemos. Todo esto lo hemos deducido al leer las instrucciones que hemos hallado en una placa de titanio oculta en un panel del ascensor.

Pregunté:

-¿Qué esperan de mí, al contarme todo esto?

-Su complicidad para seguir manteniendo en secreto el uso que le damos al ascensor. ¿Nunca se ha preguntado Miller porque somos todos ancianos en este edificio? Seguramente que sí. Ahora responderé yo a su interrogante…

Pero no estaba dispuesta a oír más explicaciones. Levanté mi mano derecha y tracé un arco en el aire con la palma abierta… El congelador. Todos los viejos se quedaron duros, petrificados. Sólo desperté a la polaca, pero la dejé inmovilizada. Puse mis anulares sobre sus ojos gastados. Su mirada decía que estaba asustada. Su mente era como un ratón desquiciado corriendo de un extremo a otro en una jaula estrecha. Sé que es duro estar consciente en medio de la cronosuspensión. Pero la vieja era fuerte, iba a aguantar. Y yo necesitaba saber.

Cerré los ojos. Las imágenes empezaron a fluir velozmente por mi cerebro. Demasiado rápido. Presione suavemente sobre las órbitas de la vieja. Me relajé. Entonces el flujo aminoró. Y empecé a escuchar la voz interna de la polaca…

Todos somos supervivientes… mmm… Yo escapé de Auschwitz en 1943… Oh, Dios. O’Reilly del Titanic…. 1912… mm-mmm… Cristóbal Blatter del zeppelín Hindenburg… 1937… Don Osvaldo Lepori de la ESMA…. Gobierno militar año 1977… Oh, Dios, oh Dios. Que me está haciendo… mmm-m… Augusto Bercozzi, ex policía asesinado en un asalto… 1955…. Elena Gregorio, un ómnibus sin frenos… 1962… González, baleado en un cabaret… 1935… Por Dios, que me está haciendo… m-m-mmm-m…

Seguí sondeando, seguí sondeando, hasta que en lo profundo hallé un núcleo luminoso. Me sumergí en él…

Mi nieta, Olga Kacheburskyj… m-mm-m-mmm….

Abrí los ojos. Ahí estaba la nieta, sentada en un sofá. Una de las viejas que había congelado. Sus ojos eran verdes como los de la polaca… Volví a cerrar los míos antes que el flujo se debilitara. Presioné un poco más sobre las cejas de la vieja, y entonces también gusté, palpé y olí. Logré entonces una empatía casi completa. Ahora a través del estrecho vínculo abuela-nieta, yo podía ser la nieta de Kacheburskyj…

Bajo al subsuelo en el ascensor… las puertas se abren… atravieso el esfínter en el espaciotiempo… Oh, Dios… No por favor… Por favor… qj-quej-qjj… me meto en la cámara de gas… Que horror, que horror… Dios ayúdame a encontrarla… la busco entre los cuerpos flacos y desnudos… qq-qejq… todos me aferran y piden ayuda… entre los gritos de horror… ahí está mi abuela… por Dios… parece asfixiada… qj-quej-qjq…

Hubo un destello, y fui expulsada del núcleo. Estaba llevando a la vieja al límite de su resistencia emocional. Pero insistí un poco más. Ahora yo era la Enriqueta Kacheburskyj de 1943…

Me ahogo, por Dios, me ahogo… oscuridad, luz, oscuridad… mm-mmm-m… veo a una joven que se acerca… me carga al hombro sin mucho esfuerzo… y traspasamos un umbral… m-mm-mmm…

Luz… y oscuridad nuevamente… Y ahora yo era la Enriqueta Kacheburskyj del presente…

Qué pesadilla para mi chiquita… Y ahora usted, Miller, tiene el privilegio de conocerme…

Me sobresalté. Extrañamente, la voz interna de la vieja empezó a dirigirse a mí, hablando sin tartamudeos. Era rara la sensación de desdoblamiento. Por un momento pude sentir como la figura borrosa que tenía enfrente de mí me oprimía la cabeza con sus dedos. Eso sólo podía significar una sola cosa: me había sobrepasado. La había matado, y los vestigios de su energía psíquica discurrían ahora sin sufrir las distorsiones de una plataforma orgánica. Ya no había cerebro, ya no había cuerpo, e instintivamente y sólo por un segundo, mi cuerpo tendió a cobijar esa energía. La liberación del alma. Tenía que aprovechar esa última inercia. Apreté con más fuerza sobre sus ojos verdes, ahora sin vida, y me dolieron los párpados, pero la vieja me habló…

Según los registros yo estoy muerta. Pero ya ve, hemos infringido las leyes del destino. Todos nosotros somos infractores. Somos una anomalía. No sólo nosotros, que regresamos de la muerte, sino también los rescatadores. Mire a mi nieta. Tiene treinta años, pero parece una vieja. Es el altísimo precio que pagó por rescatarme. Esos minutos de tiempo comprimido en Auschwitz significaron varias décadas para su cuerpo. En mi caso, tenía veinticinco cuando estaba muriendo en la cámara de gas, han pasado más de catorce años desde mi rescate. Por lo tanto hoy tengo treinta y nueve años. Pero también luzco como una anciana. El traspaso por el esfínter espaciotemporal me avejentó casi instantáneamente, a causa de las severas distorsiones fisiológicas que produce el disloque cronológico. A todos los rescatados nos pasó lo mismo. Aunque no nos podemos quejar. Fuimos devueltos a la vida para vivir una vejez prematura, pero estamos vivos al fin de cuentas. Y en cierto modo, hasta podríamos decir que somos felices…Todos en este consorcio podríamos contarle una historia parecida… Nuestros hijos, sobrinos, y nietos, los habitantes originales de este edificio, hallaron la inscripción en el ascensor, y pusieron en marcha el dispositivo. Ellos nos rescataron, jovencita. Nos rescataron de la muerte… Porque nosotros deberíamos estar muertos, Miller… Yo fui la primera. Y luego mi nieta y yo organizamos los siguientes rescates. Nos rebelamos al destino de muerte…

Y el flujo se agotó, diluyéndose suavemente, y el ente que había sido Enriqueta Kacheburskyj se integró al tejido universal del continuo; como si una paz infinita se abatiera sobre ella y por fin fuera absuelta de su pecado: cambiar los designios de… ¿el destino…? ¿Dios…?

Retiré mis anulares de su cabeza, y el cuerpo se desplomó inerte sobre la alfombra. Todos los viejos seguían congelados, duritos. Había averiguado todo lo que quería saber. Actué rápidamente, ya nada tenía que hacer allí. Salí del departamento en el cual estábamos reunidos. En cada piso coloqué explosivos en las puertas del ascensor. Por último retiré la placa de titanio que, efectivamente, estaba escondida debajo de uno de los paneles.

Tuve que refrenar las lágrimas al pensar en la vieja y su nieta; y en las otras historias, que no conocía, pero que podía entrever. Los viejos que habían muerto, y sus hados que los rescataban antes de morir usando el ascensor. Uso novedoso, por cierto, para un transpositor espaciotemporal.

Aún faltaba una cosa más. Me acerqué a Gómez. Sin descongelarlo, lo desperté. Le bajé los pantalones y le vacié el cargador en la entrepierna, mirándolo a los ojos aterrados con toda la furia de la que fui capaz.

-¡Viejo asqueroso, viejo asqueroso…!

Sintiéndome un poco mejor, bajé por las escaleras y salí a la calle. El día era soleado. Me decidí firmemente a no acatar nunca más órdenes que me rebajaran. Ningún maldito transpositor olvidado por los estúpidos de Logística valía tanto como para que me dejara violar por ese viejo cerdo para poder entrar en el edificio… Pero, claro, debemos evitar a cualquier precio que nuestra tecnología sea usada inadecuadamente por los primitivos… Idiotas.

Supe luego que la explosión se había escuchado a cincuenta cuadras de distancia. No aguante más y lloré.