En esta bitácora personal, un poco de todo aquello que me define. Impresiones, expresiones, descompresiones. CF, fantasía, terror. Música. Vida. Y otras yerbas...

jueves, 8 de septiembre de 2011

El reto de los treinta libros: día 7 - Un libro divertido

Me vinieron a la mente varios libros al ver la consigna del día 7: "Job: una comedia de justicia", de Robert Heinlein (del cual escribí una reseña para Forjadores); "Universo de locos" y "Marciano, vete a casa", ambos de Fredric Brown; "Historias de cronopios y famas", de Julio Cortázar; y por último, "Trueque mental", de Robert Scheckley.

Hoy me quedo con el de Scheckley. "Trueque mental" es una novela de ciencia ficción casi desopilante. En ella se describe un futuro en el cual la forma más barata de vacacionar en otro planeta es intercambiar cuerpos con un alienígena. De esta manera uno puede alojar su mente en el cuerpo foráneo por un período de tiempo predeterminado, y disfrutar así de la vivencia de apreciar otro mundo con los sentidos de un nativo.

Es así como Marvin Flynn, el prota, decide que necesita traer variantes a su aburrida y cómoda vida, e intercambia cuerpos con un marciano de buena reputación, tal como figura en la base de datos de la agencia que presta el servicio: Agentes Otis, Blanders & Klent.

Una vez realizado el trueque, Flynn descubre que no le habían mentido: el cuerpo marciano de destino es sano, y los marcianos lo reciben estupendamente. Todo parece ir bien, salvo un detalle. El marciano que está usando su cuerpo en Nueva York es un estafador muy buscado por la justicia, que usa cuerpos ajenos para delinquir. En ese punto empieza la más delirante de las aventuras para el protagonista, que es forzado a abandonar el cuerpo que alquiló, y se ve obligado a tratar de conseguir cuerpos de seres de mundos lejanos hasta tratar de recobrar el suyo. Este esquema argumental le sirve a Sheckley para narrar situaciones que rayan en el absurdo.

Hay quienes dicen que la segunda mitad del libro pierde la frescura inicial, y que en ella se desdibuja la idea central. En cambio, yo veo que la suspensión del vertiginoso cambio de cuerpos y escenarios del comienzo da lugar a un hilarante elenco de personajes estrambóticos que desgranan un montón de teorías alocadas para explicar lo que le sucede a Marvin. Así, en la segunda mitad del libro hay diálogos muy graciosos. Por ejemplo:

"-No entiendo -le dijo Marvin a Valdés un rato después-. ¿Por qué todas estas personas me encuentran? No parece natural.
-No es natural -le aseguro Valdés-. Pero es inevitable, lo cual es mucho más importante.
-Quizá sea inevitable -dijo Marvin-. Pero también es sumamente improbable.
-Es verdad -convino Valdés-. Aunque nosotros preferimos llamarlo una 'probabilidad forzada', lo cual alude a un complemento indeterminado de la Teoría de la Búsqueda.
-Me temo que no entiendo -dijo Marvin.
-Bien, es bastante sencillo. La Teoría de la Búsqueda es una teoría pura; lo cual significa que en el papel funciona siempre, sin refutación inimaginable. Pero una vez que tomamos lo puro e ideal e intentamos realizar aplicaciones prácticas, nos topamos con dificultades, y la principal es el fenómeno de la indeterminación.. Por decirlo del modo más sencillo, lo que sucede es lo siguiente: la presencia de la teoría interfiere con el funcionamiento de la teoría. La teoría no puede tener en cuenta el hecho de su propia existencia.. Idealmente, la Teoría de la Búsqueda existe en un universo donde no hay Teoría de la Búsqueda. Pero en la práctica, que es lo que aquí nos interesa, la Teoría de la Búsqueda existe en un mundo donde hay una Teoría de la Búsqueda, lo cual produce lo que llamamos un efecto de 'reflejo' o 'duplicación'. Según algunos pensadores, existe el peligro de una 'duplicación infinita', por lo cual teoría se modifica a si misma sin cesar de acuerdo con previas modificaciones de la teoría por parte de la teoría, llegando al fin a un estado de entropía donde todas las posibilidades tienen el mismo valor..." 

Y así, encontramos un juego de numerosos sofismas y paradojas, todos concatenados de tal modo que la "ciencia" se halla en condiciones de asegurar que Marvin hallará su cuerpo y resolverá cada una de las contingencias que se le presentan en su aventura. Pero siempre por alguna razón la misma "ciencia" falla, y justificadamente, según algún nuevo razonamiento que anula una y otra vez le esperanza que el protagonista se fue forjando.

Mi ejemplar, editado dentro de la colección "Mundos imaginarios", de Plaza y Janés Editores, viene prologado por Brian Aldiss, lo cual le suma puntos extra a este libro hilarante.

Si lo leen, estoy seguro de que no los decepcionará. Aunque más seguro estoy de que no los decepcionará si no lo leen, porque idealmente el libro perfecto es El Libro Que Nadie Leyó Nunca, lo cual nos llevaría a deducir que tal libro, el libro perfecto, existe en un universo donde no hay lectores, pero donde sí hay escritores. Inmediatamente nos preguntamos: ¿para qué diablos habría escritores en un universo en el que no hay lectores? Y eso sólo sí conviniéramos en que tales escritores no sólo práctican su oficio sin persegur fin alguno, en balde, sino que también son escritores que no leen lo que escriben, a fin de no convertirse en lectores. (El lector es la antipartícula del escritor.). Allí, por lo tanto, no debería existir la reescritura, porque la reescritura implica lectura y relectura; y porque, como el supuesto fin de la reescritura es perfeccionar un texto, estaríamos frente a un absurdo: tratar de perfeccionar Un Libro Que Nadie Leerá Nunca es innecesario. Además es imposible perfeccionar lo perfecto. Por otra parte, el intento de perfeccionarlo ya lo sumiría en la imperfección, pues implica el deseo de que sea leído, lo cual haría que una potencial decepción del lector fuera probable...

(Ja. Podría seguir y seguir. ¡Mierda que es divertido tratar de emular a Sheckley! Aunque los resultados no sean los mismos, claro)

miércoles, 7 de septiembre de 2011

El reto de los treinta libros: día 6 - Un libro de un Nobel

Acá me fue un poco difícil elegir. Y no porque tenga leída una chorrera de libros de autores premiados con el Nobel. Sucede que no fue sencillo para mí decidir entre dos de los tres autores -únicos tres-, en mi haber que cumplen con el requisito de la consigna de hoy: Albert Camus, Hermann Hesse y Ernest Hemingway. Del primero de este gran terceto, leí "La peste", una novela muy bien escrita, pero que me costó mucho terminar de leer. Del segundo leí varios libros. Los que más me impactaron son "Siddartha", "Demian", "El lobo estepario""Narciso y Goldmundo". "Demian" me pareció fabuloso, y "El lobo estepario" me voló la cabeza. Hesse es para leer a finales de la adolescencia, cuando uno necesita corroborar que sentirse solo, maldito e incomprendido es algo que suele sucederle a todo el mundo.

De don Hemingway sólo leí "El viejo y el mar". Mi elección se debatía entre este libro y alguno de Hesse. Pero cuando entendí que esta novela no me pareció fabulosa, ni me volo la cabeza, sino que había sido mucho más que eso en mi vida, me dí cuenta que tenía resuelto el dilema.

Lisa y llanamente, "El viejo y el mar" me conmovió hasta las lágrimas. Nunca había leído un libro que me provocara tal cosa, y que además lo hiciera con una prosa tan sencilla y a la vez tan profunda. (Recuerdo que lo terminé en un día, pero no de una sentada, por eso no entró en el día 1.) Y dífícilmente pueda decir que algún otro libro haya causado lo mismo en mí. La novela de Hemingway -triste y desoladora, pero también esperanzadora, con esa esperanza que se advierte bullir en el aire al finalizar una tormenta terrible, cuando el tímido sol se abre paso a través del cielo lavado para secar las gotas de las hojas y evaporar la humedad de las baldosas-, me llegó al corazón, y me cambió para siempre. Siempre me pregunté qué clarividencia del mundo y del espíritu humano uno tiene que alcanzar para poder escribir una obra como ésta, que terminó transformándose en una de las más importantes de la literaura contemporánea.

Por eso mi elección para el día 6 es "El viejo y el mar".

Desde luego que no pienso contar ni un ápice de la historia. ¡Léanla! Vale la pena.

(Gracias, Ernest. Te debo mucho.)

martes, 6 de septiembre de 2011

El reto de los treinta libros: día 5 - Un libro de viajes

Para el día 5 mi elección es "El día de la creación" de J. G. Ballard. (Hoy no tengo tiempo ni ocurrencia para los preámbulos ingeniosos, así que ni modo.)

Ballard es un tipo que no merece presentación. Según mi manera de verlo, es el equivalente a nuestro Borges en la literatura inglesa (aunque Christopher Priest también es digno de tal parangón.) De alguna manera, en gran parte de la obra de Ballard está implicito el tema del viaje, encarado, básicamente, de dos formas. En primer lugar, tenemos el traslado geográfico y espiritual, de tipo iniciático, (aunque el "camino del héroe" ballardiano se torna denso y surreal, una travesía donde el héroe casi nunca vence a sus demonios, sino que más bien sucumbe a ellos, y en esa rendición pareciera haber alguna clase de autodescubrimiento redentor.) Y en segundo, la involución, mostrada como un proceso de retroceso del tiempo, de las formas de vida, del clima, y del bioma en general; y en la degradación o envejecimiento de las cosas; involución cuyo correlato en los personajes se da como un proceso interno y entrópico de regresión fisiológica y mental, en una suerte de embudo que casi siempre los lleva a alguna forma de locura o enajenación. Es muy interesante ver en las novelas o cuentos de Ballard como el escenario va mutando junto con los personajes.

En general, aquí podemos ver que el conflicto existente entre personaje y entorno, que toda buena ficción debe mostrar con maestría, no sólo es del clasíco tipo opositor. O sea, el personaje no sólo lucha contra el ciego Universo que degenera, sino que también lucha consigo mismo porque sabe que lo que pasa afuera puede revertirse desde adentro. O, cómo mínimo, explicarse.

Este esquema puede verse  en novelas como "En el mundo sumergido", "El mundo de cristal" y "La sequía"; y en relatos como "El hombre iluminado""Las voces del tiempo".

"El día de la creación" combina los dos tipos de viajes, y eso que no es una novela de CF. Una muy apretada síntesis sería ésta:

En Africa Central, en Port-La -Nouvelle, el doctor Mallory, médico de la OMS, trata de encargarse de la dirección de una clínica, en medio del conflicto entre la guerrilla local y las fuerzas militares del gobierno dictatorial de turno. Cuando la lucha armada arrasa con toda la región, que sufre constantemente la sequía, Mallory y los sobrevivientes se abocan a la reconstrucción. En su fervor humanitario, Mallory troca la medicina por una repentina y entusiasta afición por la hidrografía: al arrancar las enormes raíces de un árbol, desata las corrientes subterráneas de un acuífero desconocido, y decide abocarse a planificar el riego de la zona. Las aguas inundan todo el yermo y constituyen un río que trae vida y esplendor a la región.

¡Y entonces empieza el viaje! Porque Mallory termina obsesionándose con el río, al que los lugareños bautizan con su nombre. Es su río. Un río que es él mismo. Y decide robar una embarcación al capitán de la milicia para navegarlo, corriente arriba, a fin de descubrir su naciente. En ese difícil raid, deberá evitar a los militares que quieren recuperar sus pertenencias, ubicadas a bordo de la lancha; lidiar con un documentalista amarillista que pretende aprovecharse de la situación; soportar a las viudas de los guerrileros muertos, que buscan venganza; y enfrentarse a las sensaciones punzantes, (a veces paternales, y a veces de un tono erótico suarrelista y freudiano) que una y otra vez despierta en él Noon, una guerrilera adolescente, que empieza como polizonte pero termina como compañera de periplo.

El viaje es hipnótico. El libro de Ballard es muy bueno. Escribía muy bien, el desgraciado.

Encima, tengo gratísimos recuerdos de la época en la que lo leí: cada vez que terminaba de dar clases en el colegio, iba a almorzar a un restaurant ubicado en Beiró y Gualeguaychú, en Villa Devoto. Y mientras devoraba con avidez un "plato del día", al lado de la ventana a través de la cual me bañaba la luz de un sol otoñal, viajaba junto al doctor Mallory hacía la fuente del río, hacia el punto cero, la matriz, el final del arcoíris. 

domingo, 4 de septiembre de 2011

El reto de los treinta libros: día 4 - Un libro que le gusta a todo el mundo menos a ti

Para ser objetivos en esta categoría hay que tener en cuenta algunas variables. (¿Qué esperaban? ¿El título del libro así nomás, sin ninguna digresión? Qué aburrido. Se sabe que soy un buscador compulsivo del pelo en el huevo, y de la quinta pata del gato también.)

En primer lugar, cuando decimos "todo el mundo" se supone que sólo estamos hablando de los conocidos, del círculo de lectores que nos es próximo, ¿no? Porque aquí hay una cuestión que puede modificar la elección. Si el grupo de lectores que nos es afín va creciendo, también aumentan las probabilidades de encontrar a algun otro que -al igual que nosotros-, odie, deteste, aborrezca y difame a voz en pecho al famoso libraco o librito que hace las delicias de El Resto Del Mundo. (El cual, obviamente, se ha complotado contra nosotros en una conspiración de proporciones internacionales.)

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que no todos los lectores pertenecientes a ese círculo tal vez tengan el mismo valor que uno como para decir así como así que el celebérrimo "Las guampas del capitán Bazterrica", de Isidoro Montiel Schwanberger -por decir algo-, es una verdadera mierda. Mucha gente dirá que le gusta, aunque no sea así. O peor aún: lo dirá sin haber terminado su lectura. O (y ya sin posibilidad alguna de redención), tal vez lo jurará sin siquiera haberlo leído. (Y creo que acá nadie escapa: todos, por lo menos una vez, hemos mentido respecto de la lectura un libro. Por presión. Por temor a ser avergonzados. O por no ligar una mala nota: en la escuela todos lo hemos hecho, seguro...)

Y en tercer lugar, un buen lector, uno que de verdad se que se precie como tal, sólo podrá afirmar que un libro no le gusta luego de haberlo leído todo, todito, todititito. De lo contrario, sería como mi hija Micaela cuando afirma que le bastó mirar un tomate para saber que nunca habrían de gustarle los tomates, aunque le fascina la pizza. O peor aún: cuando ella asegura (gracias a algún tipo de presciencia a lo Alia Atreides, supongo) que toda la comida de color verde posee un sabor que no le agradará de ningún modo. 

Hechas estas consideraciones (insoslayables, creo) me creo listo para anunciar el libro elegido en este ítem, uno que -por lo menos hasta ahora- cumple con las tres condiciones: "Crónica de una muerte anunciada", de El Gabo: Gabriel García Márquez.

Tuve que leerlo en la escuela secundaria y me costó una gónada y media terminarlo. (Claro, no me quedaba otra: no podía poner en juego mi reputación de alumno 'traga' -nerd-, sobre todo en Lengua y Literatura.)

De qué va la historia, la verdad ni me acuerdo, a Dios gracias. Sólo recuerdo que todo el mundo parecía saber algo que el prota no (que iba a morir, supongo.) Y esa forma de contar una historia me aburrió mortalmente. De El Gabo lo que único que me gustó es lo que muchos dicen que es lo más flojito de su obra: "Relato de un náufrago", tal vez porque se trata de una crónica periodística y no de una ficción.

Para realismo mágico, déjenme con Alejo Carpentier, por lejos, aunque sé que más de uno me dirá que él no escribe realismo mágico, sino alguna otra cosa similar, con algún nombre por el estilo. (Qué vivos, si vamos a hacer una categoría por cada escritor, para qué diablos categorizar, ¿no?)

Y por último pido disculpas a los oriundos de Macondo, che. No es por ningunearlos. Pero espero que me entiendan.

Ah, me olvidaba. Me gustó mucho lo de "Las guampas del capitán Bazterrica", de Isidoro Montiel Schwanberger.  Una ocurrencia así sólo viene en medio de un ataque de inspiración. Acepto colaboraciones para escribir esta -por ahora- ficticia obra de ficción, de un autor tan estrafalario, argentino de origen austríaco, como lo era Montiel Schwanberger. ¡Ya me veo posteando entradas en el blog con fragmentos de este tour de force de la literatura hispanohablante!

El reto de los treinta libros: día 3 - Un libro que sea un placer culposo

Tercera consigna, bastante peliaguda. A lo que me remite primeramente es a lectura prohibida. A esos libros que, durante la preadolescencia -cuando uno era una bolsa de hormonas revueltas y picantes-, yo quería hojear furtivamente, porque había descubierto que en sus páginas era probable encontrar alguna escena de sexo. Entre ellos puedo mencionar "Trópico de Cáncer", de Henry Miller; y algún otro que había en la biblioteca de mi vieja. (A los Trópicos los leí ya grandecito, y no hubo tal sensación pecaminosa. Así que no cuentan.)

Sin embargo, respecto de esta cosa de lo prohibido, el recuerdo más intenso que tengo es de un fanzine argentino, Otros mundos, editado por Horacio Moreno, Daniel Bugallo y Juan Etchegoyen. En el nº 2 del mismo figura mi primera publicación, lograda a mis tiernos y fervorosamente cristiano-protestantes 17 añitos: una ilustración para el cuento "Muerden", de Anthony Boucher. Pero en el nº 1... ¡Mamma mía! En el nº 1 había un cuento del mencionado Etchegoyen, ilustrador y escritor, titulado (si mal no recuerdo) "Los sueños de Marta", presentado en el índice como "mera pornografía" (sic.) Una space ópera en el que una astronauta no puede dejar de tener sueños eróticos. Y la computadora de la nave -que escucha pacientemente sus relatos oníricos-  decide satisfacerla creando algunos engendros cibernéticos plurimembres (soy claro, ¿no?). Se imaginarán los dibujos que acompañaban a ese relato... De más está decir que los ratones de mi cabeza no corrían, sino que se teleportaban a velocidad luz.

Pero es un fanzine, y tampoco cuenta, aunque haya releído ese cuento mil veces, je.

El libro que elijo para el día 3 es  "Sybil", de Flora Rheta Schreiber. Yo debería andar por los ventitantos años cuando llegó a mis manos esta terrible ficción que muestra la historia de Shirley Ardell Mason, la paciente de Trastorno de Identidad Disociativo más famosa del mundo, al menos hasta hoy. En la novela, ella es mostrada con el falso nombre de Sybil Dorsett. El libro inspiró dos películas, ambas llamadas Sybil, también: la primera, de 1976, protagonizada por Sally Fields; y la segunda, de 2007, con Jessica Lange.

¿A qué se debe el placer culposo? Pues al morbo que me causaba enterarme de la seguidilla atroz de terribles abusos sexuales y castigos físicos sufridos por la protagonista, especialmente a cargo de su madre, Hattie Dorsett en la novela, Martha Alicia Mattie Hageman, en la vida real. Hageman fue declarada esquizofrénica, y se supone que los maltratos con los que regó la infancia de su hija propiciaron su trastorno disociativo (Según la novelista, en los archivos de Cornelia Wilbur -la psiquiatra freudiana que atendió el caso-, Shirley Mason llegó a desarrollar 16 personalidades, incluso dos de las cuales eran identidades masculinas...)

Los abusos sufridos por Shirley Mason incluían desde el mero abuso sexual por parte de su madre (por lo cual esa incestuoso y homosexual); castigos físicos con objetos; enemas; penitencias consistentes en permanecer atada a una silla en una habitación oscura; sometimiento a escena primigénea (contemplación del coito practicado por los padres) durante nueve años (ya que ella durmió hasta esa edad en la habitación de sus padres); exposición a orgías de lesbianismo organizadas por su madre... Una lista bastante negra que muestra de cuánta crueldad y desamor somos capaces los seres humanos. Como victimarios que alguna vez fuimos víctimas y luego replicamos en otros -consciente e inconscientemente- el dolor que no supimos exorcizar a tiempo.

A esta altura, cabe aclarar que yo no tenía idea del contenido perturbador del libro. Pero una vez que lo empecé, no paré hasta terminarlo, lo que me llevó, más o menos, tres días. Lamento si alguno se ofendió al descubrir mi vena morbosa. Pero lo cierto es que la tengo, como todos ustedes, hipócritas... Je. Hablando en serio, una irresistible tentación me hacía devorar sus páginas, al mismo tiempo la culpa me mordía también, a causa de las perversas imaginaciones que el libro despertaba en mi.

Con el tiempo descubrí que la historia novelada de Shirley Mason se ha tornado controversial, al ser revisada por otros terapeutas que aseguran que Wilbur trataba de inducir a su paciente a creer y declarar que tenía múltiples personalidades, para satisfacer a los editores de la novela, que al parecer ya habían visto un jugoso filón en el asunto. Y cómo los archivos están sellados por alguna jodida disposición judicial, y tanto Wilbur como Mason están muertas, quién sabe a ciencia cierta cuánto había de real en el trastorno y cuánto de exageración novelesca y amarillista para azuzar el morbo de los lectores. (Al fin y al cabo esta novela puede haber sido producto de una genialidad del marketing editorial y no de un descubrimiento de la psicoterapia... Lo que no me sorprendería para nada)

El reto de los treinta libros: día 2 - Un libro que demoraste en leer

Supongo que han de ser varios. Lo complicado de esta consigna -elegir un libro que uno haya demorado mucho tiempo en leer-, reside, justamente, en que casi todos ellos han resultado libros olvidables, así que casi no sabría qué poner en el día 2. Aunque hay uno que recuerdo ahora, y que probablemente no sea el que más tiempo me llevó terminar, pero que sí me demandó un esfuerzo magnánimo para llegar hasta el final. Casi diría que lo terminé por amor propio. Y estoy seguro que éste fue el último libro que leí como una autoimposición. Quiero decir: ya no leo más nada que no me cause placer y me atrape, aunque sea medianamente. Prefiero abandonar. (Que nadie se rasgue las vestiduras. Ahora el tiempo vale más que cuando uno era adolescente y el estomago literario se tragaba cualquier cosa, y todo sabía maravilloso...)

¿De cuál libro estoy hablando? De "Heliconia primavera", de Brian Aldiss. Vuelvo a reiterar, para quien aún no lo sepa, Aldiss (léase "Oldis") es un escritor al que le pongo garra cuando lo leo. Dios sabe que lo intento. Y no siempre salgo decepcionado, pues muchos de sus cuentos son buenos, y algunos muy buenos (varios de los de "Galaxias como granos de arena", por ejemplo.)  Pero él es uno de esos casos que se resumen con el axioma  que dice que pocos buenos cuentistas son también buenos novelistas.

Aunque mentiría si dijera  que ninguna de sus novelas me gustó. "Frankenstein desencadenado", que para muchos es infumable, a mi me agradó bastante. "A cabeza descalza" no la leí (y algunos me aseguran que es muy buena, mientras otros me dicen que no pierda el tiempo.) E "Informe sobre la probabilidad A" es uno de esos libros que empiezo cada seis meses, pero de los cuales no paso de la página tres o cuatro. 

Pero lo que nos interesa aquí es "Heliconia primavera". El primer volumen. (Claro, porque se trata de una triología de trisquichicientas páginas, para colmo. Obviamente, luego de haber terminado el primero, ni siquiera intenté mirar las portadas de los tomos II y III: Verano e Invierno.) Yo creo que finalicé la novela, sobre todo, porque mi esposa Vivi me la regaló, y no quería defraudarla, pues sé que ella se toma muy en serio el hecho de obsequiarme un libro de CF. No es muy conocedora del género y por eso averigua todo lo que le es posible antes de elegir, indaga, investiga. Pregunta a los libreros y a mis amigos. Y a veces me regala cosas que me fascinan. Pero en ocasiones no da en el blanco.

Ah, claro. Están esperando que les diga de qué va la historia. Pero es que casi no me acuerdo, je. Aquí va mi remembranza entre las nieblas dolorosas de una lectura pesada y farragosa: se trata de un mundo ubicado en un sistema estelar binario, cuya circunvalación alrrededor de sus estrellas es inmensamente larga. En ese lapso -de miles de años trerrestres-, el planeta pasa por instancias climáticas extremas. Las estaciones duran siglos enteros. Y debido a estas circunstancias excepcionales, la vida en él, puede desarrollarse y acabarse en un sólo año. Con cada resurgimiento, en primavera, las especies dominantes van descubriendo los vestigios de la civilización anterior. Y comienza una evolución que culmina con el desarrollo precientífico. Encima, tenemos una estación de observación de una especie ajena (los terrestres, je, ¿quiénes si  no?) que, a escondidas, contempla y retransmite a los auditorios de la Tierra los avatares de los heliconianos.

El marco es impresionante, sí. Pero la historia no existe. En semejante decorado, con ésta idea casi brillante (vamos, que hay que reconocerle a Aldiss que preanunció el concepto de reality show), el autor sólo logra plasmar algún que otro personaje más o menos interesante. Los vínculos son acartonados. Los diálogos, aburridos.

Intentado describir con sumo detalle la fauna y flora del ecosistema heliconiano, creo que Aldiss quiso escribir su "Dune", pero no le salió. Como cuando C.S. Lewis intentó ponerse a la altura de Tolkien y "El señor de los anilllos" con su Trilogía de Ransom (y falló, claró está).

Y verificamos una vez más otro axioma, el que dice que cuando un buen cuento se alarga para ser convertido en novela, generalmente el resultado es malo. Digo esto porque "Heliconia primavera" nace de un cuento de su autor, "Criaturas del apogeo", que es muy bueno.

De todos modos les aconsejaría que lo leyeran, porque cada lector es un mundo, tan vasto y complejo como Heliconia. Y porque la sincronicidad entre el autor y el lector es una circunstancia tan etérea que casi diría que responde al azar.