De todos modos, aquí les dejo mi poema pa' que lo disfruten. Hay que decir que esta poesía es de las primeras del Poemario de Tünngrel, la colección de poesía de CF en la que estoy trabajando, sobre la que pueden leer algo más en la anterior entrada de esta etiqueta. Toda la idea surgió gracias a una de las consignas del taller literario virtual Forjadores, impulsada por la escritora Paula Salmoiraghi. ¡Gracias a Paula y a todos los Forjadores que enriquecieron el poema con sus sugerencias!
Caímos como granizo sobre olas de mercurio.
Como grandes pájaros muertos.
Burbujas de un paraíso ya corroído, tan espurio,
fueron nuestro único puerto.
Blindajes ciegos nos arrancaron las alas inútiles.
La deshonra vistió los cuerpos.
Metales fieros preservaron nuestras vidas fútiles.
Pero somos pájaros muertos.
Y las lágrimas que lloramos
se diluyeron en el océano.
Nos deslizamos a través de las corrientes ácidas.
Vimos jardines submarinos,
que conjuraron el pesar con sensaciones plácidas.
Huertos feraces y ambarinos.
Y allí descubrimos a la niña de feroz belleza,
con su faz de rasgo taurino,
trenzando con madreperla sus rojas guedejas.
Nos mostró su mundo marino.
Y las penas que ahuyentamos
se anegaron en el océano.
Muchacha de labios carnosos y senos de yodo
que seguimos hasta la playa.
Lloró con angustia al vernos vestidos de plomo,
y desgarró su nacarada malla.
Bajo los soles moribundos y las nubes desfasadas,
su cuerpo de exquisita talla
descolló con la inocencia de la piel nunca besada.
Ella abrió su virginal agalla.
Y los flujos que derramamos
confluyeron en su océano.
La alborada descubrió la huella orgiástica en la arena,
iluminando los cuerpos expuestos.
¡El blindaje amaneció tan lejos de nuestra tez morena
que nos hirieron los rayos funestos!
Y entonces celebró la mujer de facciones de toro
la conservación de sus huertos.
Su pelo cano, sus pechos resecos, rieron sin decoro
de los grandes pájaros muertos.
Y las alas que ofrendamos
revolotearon en el océano.