En esta bitácora personal, un poco de todo aquello que me define. Impresiones, expresiones, descompresiones. CF, fantasía, terror. Música. Vida. Y otras yerbas...

martes, 6 de septiembre de 2011

El reto de los treinta libros: día 5 - Un libro de viajes

Para el día 5 mi elección es "El día de la creación" de J. G. Ballard. (Hoy no tengo tiempo ni ocurrencia para los preámbulos ingeniosos, así que ni modo.)

Ballard es un tipo que no merece presentación. Según mi manera de verlo, es el equivalente a nuestro Borges en la literatura inglesa (aunque Christopher Priest también es digno de tal parangón.) De alguna manera, en gran parte de la obra de Ballard está implicito el tema del viaje, encarado, básicamente, de dos formas. En primer lugar, tenemos el traslado geográfico y espiritual, de tipo iniciático, (aunque el "camino del héroe" ballardiano se torna denso y surreal, una travesía donde el héroe casi nunca vence a sus demonios, sino que más bien sucumbe a ellos, y en esa rendición pareciera haber alguna clase de autodescubrimiento redentor.) Y en segundo, la involución, mostrada como un proceso de retroceso del tiempo, de las formas de vida, del clima, y del bioma en general; y en la degradación o envejecimiento de las cosas; involución cuyo correlato en los personajes se da como un proceso interno y entrópico de regresión fisiológica y mental, en una suerte de embudo que casi siempre los lleva a alguna forma de locura o enajenación. Es muy interesante ver en las novelas o cuentos de Ballard como el escenario va mutando junto con los personajes.

En general, aquí podemos ver que el conflicto existente entre personaje y entorno, que toda buena ficción debe mostrar con maestría, no sólo es del clasíco tipo opositor. O sea, el personaje no sólo lucha contra el ciego Universo que degenera, sino que también lucha consigo mismo porque sabe que lo que pasa afuera puede revertirse desde adentro. O, cómo mínimo, explicarse.

Este esquema puede verse  en novelas como "En el mundo sumergido", "El mundo de cristal" y "La sequía"; y en relatos como "El hombre iluminado""Las voces del tiempo".

"El día de la creación" combina los dos tipos de viajes, y eso que no es una novela de CF. Una muy apretada síntesis sería ésta:

En Africa Central, en Port-La -Nouvelle, el doctor Mallory, médico de la OMS, trata de encargarse de la dirección de una clínica, en medio del conflicto entre la guerrilla local y las fuerzas militares del gobierno dictatorial de turno. Cuando la lucha armada arrasa con toda la región, que sufre constantemente la sequía, Mallory y los sobrevivientes se abocan a la reconstrucción. En su fervor humanitario, Mallory troca la medicina por una repentina y entusiasta afición por la hidrografía: al arrancar las enormes raíces de un árbol, desata las corrientes subterráneas de un acuífero desconocido, y decide abocarse a planificar el riego de la zona. Las aguas inundan todo el yermo y constituyen un río que trae vida y esplendor a la región.

¡Y entonces empieza el viaje! Porque Mallory termina obsesionándose con el río, al que los lugareños bautizan con su nombre. Es su río. Un río que es él mismo. Y decide robar una embarcación al capitán de la milicia para navegarlo, corriente arriba, a fin de descubrir su naciente. En ese difícil raid, deberá evitar a los militares que quieren recuperar sus pertenencias, ubicadas a bordo de la lancha; lidiar con un documentalista amarillista que pretende aprovecharse de la situación; soportar a las viudas de los guerrileros muertos, que buscan venganza; y enfrentarse a las sensaciones punzantes, (a veces paternales, y a veces de un tono erótico suarrelista y freudiano) que una y otra vez despierta en él Noon, una guerrilera adolescente, que empieza como polizonte pero termina como compañera de periplo.

El viaje es hipnótico. El libro de Ballard es muy bueno. Escribía muy bien, el desgraciado.

Encima, tengo gratísimos recuerdos de la época en la que lo leí: cada vez que terminaba de dar clases en el colegio, iba a almorzar a un restaurant ubicado en Beiró y Gualeguaychú, en Villa Devoto. Y mientras devoraba con avidez un "plato del día", al lado de la ventana a través de la cual me bañaba la luz de un sol otoñal, viajaba junto al doctor Mallory hacía la fuente del río, hacia el punto cero, la matriz, el final del arcoíris. 

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